Estaba reflexionando hace un par de días de la información tras los debates sobre el Estado de la Nación en las que se aventura un ganador y un perdedor. Yo siempre intento, obligándome a un rigor supremo y haciendo un esfuerzo psicológico extremo de neutralidad, vislumbrar cual ha sido el victorioso del debate. He de confiaros que nunca he tenido muy claro quien ganaba y porque podría argumentar tal victoria. Pero los medios dibujan rápidamente al ganador y los demás no tenemos más que aceptarlo o criticarlo, ellos nos forjan la visión, más allá de la opinión que tengamos cada uno sobre los polemistas.
El debate sobre la percepción es complejo y muchos filósofos han dado plausibles respuestas pero yo me quedaría con la de mi profesor Juan Carlos Monedero, que decía que la verdad es una media entre “lo que es y lo que dicen que es” y añadía sarcásticamente que si de una piedra dices que es suave como una pluma, cuando te la tiran a la cabeza te sigue haciendo daño.
La realidad es algo tozuda, y aquella España apática, desorganizada que no hubiera sido capaz de una Transición pacífica si no fuera por sus líderes, desde luego hoy ha pasado a la historia. La capacidad cívica de los ciudadanos españoles sin necesidad de ninguna organización política o sindical es capaz de poner en jaque a la clase política.
Hoy ha cobrado más sentido que nunca la quizás ya manida soberanía nacional. La ciudadanía se organiza y desde hace unas semanas lidera indiscutiblemente la agenda política. El éxito de este movimiento me reconforta cada día más y me hace sentir que pese a todos los riesgos que comporta el mundo actual frente a ellos existe una sociedad más formada y consciente que no se va a dejar embaucar por cantos de sirena.
Hoy ha sido una jornada histórica, España se está entregando a una revolución ética de un alcance del que todavía no podemos darnos cuenta todavía. España está viviendo una nueva transición, una nueva redifinición como sociedad. Gracias a todos y a todas por hacerlo posible.
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