Estaba viendo el perfecto diálogo de besugos que ha mantenido la periodista Ana Pastor con Mahmund Ahmadinejad cuando me surgieron dos reflexiones intrínsecamente relacionadas. Y quiero primero hacerme eco de un genial momento en el que Ahmadinejad se pone a hablar de ética periodística cuando Ana Pastor, una periodista de excepción, se dispone a parar los pies a Ahmadinejad que al más puro estilo “yo vengo a hablar de mi libro” repite sin cesar su tantra de quién apoyó a los dictadores árabes y no le responde a ninguna de sus preguntas.
Aunque me duela, he de coincidir con el dictador iraní, o cuanto menos usurpador, sobre la cuestión de que las democracias occidentales se desarmaron politicamente al apoyar regímenes atroces en los países árabes y que lo están haciendo de nuevo con la pasividad con la que están reaccionando sobre la Revolución Libia quizás también lastrados por aquella desgraciada aventura bélica de exportar a cañonazos la democracia a Irak, y de aquellos barros, estos lodos.
Detrás de todo ese dialogo de besugos se encuentra el doble rasero moral y político que hay en el trato del Islam y Occidente. Mientras que la protesta de unos jóvenes contra la moral represora de la Iglesia y la utilización de las instituciones públicas para fines religiosos como son las capillas y los capellanes de las universidades públicas, merecen la mayor condena y se invoca el delito de ofensas religiosas. Cuando las ofensas son proferidas a otras religiones la prensa, sobre todo aquella marcadamente ultraderechista jalea las ofensas y esgrime la libertad de expresión como valor absoluto e ilimitado. También lo hacen cuando se le condena por incitar a la discriminación.
Este doble rasero moral en el que incurrimos nos despoja de cualquier superioridad moral en cuanto a libertad de expresión y a la democracia, debilita nuestras tomas de posiciones y siembra la duda sobre si actuamos de convicción o por nuestros intereses. Debemos plantearnos un enroque en nuestros principios democráticos protegiendo la libertad de expresión y sus límites. A este respecto aplaudo la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que tan sabiamente sabe discernir entre el límite y la libertad y que ha sabido lidiar con el espinoso problema etarra abalando la ilegalización de Batasuna y condenando a España por haber cuartado la libertad de opinión de Arnaldo Otegi.
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